La escuela, nos dicen, es el lugar donde se forman las personas por tanto debe cuidar e igualar a sus usuarias, ofrecer el mismo trato y oportunidades a las niñas y niños. Nada más lejos de la realidad, por más que nos quieran vender lo contrario.  La escuela, en pleno siglo XXI en un país supuestamente desarrollado sigue siendo un lugar de desigualdad, etiquetado y maltrato, a muchos y diferentes niveles. Una de estas sedes de diferencia y exclusión continúa siendo el hecho de que las escuelas todavía no son feministas y, a estas alturas, ya deberían serlo todas. ¿Qué es una escuela feminista? Es la que se preocupa porque todo su alumnado, sin diferencia de género, sea tratado desde el respeto para obtener las mismas condiciones y trato. La escuela, nos dicen, es el lugar donde se forman las personas por tanto debe cuidar e igualar a sus usuarias, ofrecer el mismo trato y oportunidades a las niñas y niños. Nada más lejos de la realidad, por más que nos quieran vender lo contrario. La escuela, en pleno siglo XXI en un país supuestamente desarrollado sigue siendo un lugar de desigualdad, etiquetado y maltrato, a muchos y diferentes niveles. Una de estas sedes de diferencia y exclusión continúa siendo el hecho de que las escuelas todavía no son feministas y, a estas alturas, ya deberían serlo todas. ¿Qué es una escuela feminista? Es la que se preocupa porque todo su alumnado, sin diferencia de género, sea tratado desde el respeto para obtener las mismas condiciones y trato. 

Acudiremos, en esta ocasión más que nunca, al diccionario de la RAE para poder definir con absoluta claridad cuál es el significado real de la palabra feminismo: “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”; “movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”. Si esta obviedad continúa generando reproche social, incluso dentro de las mismas personas que se consideran feministas, es porque estamos todavía lejos de conseguirlo. Porque no me cabe ninguna duda de que cuando nos acercamos a una escuela, familias y profesionales, deseamos que las niñas y los niños que la conforman sean personas completas, independientemente de su género. Quiero creer que pocas personas piensan, actualmente, que no es preciso que las niñas estudien, porque es mejor encontrar un buen marido (no hace tanto esto era ley en nuestros lares). Seguro que ya casi nadie piensa así… ¿seguro? Las escuelas no están libres de los “micromachismos”, que son sutiles e imperceptibles maniobras y estrategias de ejercicio del poder de dominio masculino en lo cotidiano, que atentan en diversos grados contra la autonomía de las niñas y las mujeres. Estos aprendizajes y valores están tan grabados a fuego en nuestro inconsciente y en nuestra sociedad (tan ocupada en otras cosas supuestamente más importantes) que, en general, no somos en absoluto conscientes de nuestras transmisiones. Tenemos tan asumidos los roles típicamente femeninos y masculinos que, a través de estos (no tan pequeños) machismos cotidianos los vamos perpetuando.

Es por estas leyes que todavía no todas las familias disponen cocinitas o muñecas para que los niños puedan jugar libremente. Por esto algunas personas todavía piensan que no hay que ofrecer pelotas o camiones a las niñas, porque son juegos de niños. Es por esto que nos resulta extraño, a algunas incluso les da miedo, que los niños se disfracen de hadas o se pinten las uñas de colores; es por esto que vestimos a las niñas de rosa y que compramos sus ropas sólo de la “parte de las niñas” en la tienda de turno. Es por esto que la ropa de la “parte de las niñas” de las tiendas de turno es tan terriblemente brillante e incómoda, tanto que es preciso desplazarse hasta la “parte de los niños” para encontrar un pantalón que sea cómodo y calentito, que pueda servir para trepar. Las niñas también trepan. Y en las escuelas debería haber árboles para trepar. 

En los centros educativos reproducimos y perpetuamos estos pensamientos. Reflexionemos sobre algunas situaciones que son machistas:

  • Patios masculinos. Sobre esto encontraréis documentación: se habla ya del aprendizaje en el patio, patios inclusivos o patios coeducativos. El fútbol domina la vasta amplitud del patio, sin dejar que jueguen las niñas ni a fútbol ni a otras cosas. ¿Cómo corregirlo? Eliminar el fútbol del patio, vaya locura, sería una solución (además se eliminarían muchos de los conflictos que genera). Digo eliminar, porque no hay acompañantes suficientes para gestionar adecuadamente todas las fuerzas y abusos que se movilizan en este juego. Puede proponerse en su lugar un patio de gymkana, un patio de patines, un patio de juegos cooperativos, micropatios, patios con ambientes preparados… ¿plantar árboles?.
  • Disfraces. Porque el juego de roles es profundamente necesario para explorar y aprender. Un niño puede jugar a ser una señora y disfrazarse para ello sin tener que ser objeto de burla. Es ridículo ofrecer disfraces en las aulas y castigar la elección del disfraz. La solución a esto es disponer de diferentes tipos de telas y ropas y permitir que cada niña/o pueda vestirse como quiera sin generar ningún tipo de comentario ni juicio. Las maestras deben abstenerse del juicio y evitar que el alumnado lo emita. No hace tanto tiempo que sólo los hombres podían hacer teatro y, para eso, era preciso que se travistieran al representar papeles femeninos, ¿no?.
  • Separación por género. Tradicionalmente se separaban niñas y niños en sus juegos, el niño que jugaba con las niñas era etiquetado y al revés. Esto sigue sucediendo. En determinados juegos y en los deportes. Realizar las clases de educación física sin separar a las personas por su género sería una opción interesante. Relajar la competición y las etiquetas y disfrutar juntas del deporte y el juego cooperativo.
  • Uniformes. Una herramienta que tiene grandes aliadas y detractoras. Resulta útil para eliminar la individualidad, no trataremos esto ahora. Sí señalaré que es un instrumento sexuado en el momento en que las niñas deben ir con falda y los niños con pantalones.
  • Mochilas, bolsas, complementos. Al igual que las ropas, en términos generales: rosa para niñas y azul para niños. Esto se reduciría si todos los materiales que precisara el alumnado ya estuvieran dispuestos en la escuela (lápices, bolis, rotuladores, libros de consulta y de texto, etc).
  • Apariencia. Todavía no son libres los niños de llevar el pelo largo (ni os cuento si se ponen trenzas o coletas altas con coletero brillante) ni las niñas de llevarlo corto. Lo mismo pasa con las prendas de ropa, ¡incluso con las prendas deportivas! Todavía existen muchos prejuicios frente a las formas de vestir típicamente femeninas y masculinas. El maquillaje no tiene cabida, en mi opinión en las escuelas, pero sí los pinta-caras que puede disponer el centro y en el que cada persona, igual que con los disfraces, debería poder explorar libremente.
  • Cuentos. Es muy importante, especialmente en la educación infantil (y hasta antes de los siete años aproximadamente) cuidar los contenidos y las formas de los cuentos que están disponibles en las aulas. Que se alejen de las disposiciones tradicionalmente machistas sería un valor a tener en cuenta a la hora de seleccionar estos materiales.
  • Temario no inclusivo. Así como la historia oficial la escriben los que vencen (oficialmente), los temarios para las escuelas están elegidos por hombres y para perpetuar su obra (es lógico, eran los que podían escribir). Casi todas las personas adultas, si hacemos algo de memoria, podemos nombrar nombres de hombres científicos, pintores, investigadores, astronautas, políticos, etc.. Con dificultad encontraremos, mirando hacia nuestra EGB, nombres de mujeres relevantes en diferentes ámbitos. Revisar la historia de las personas en general, incluyendo la de las mujeres, es absolutamente imprescindible a día de hoy.
  • Lenguaje no inclusivo. Formación y atención para las personas que intervienen en la educación de los menores, todas deben tener acceso a esa mirada de transmisión inclusiva. El lenguaje inclusivo va más allá de acabar algunas palabras en “x” (nosotrxs) o en “e” (nosotres) para no denotar género, tampoco es doblar constantemente palabras para incluir géneros (esto se hace molesto). Lo realmente complicado es dirigirnos a la totalidad de las personas, hacernos cargo de que todas merecen y dirigirnos a las demás de manera respetuosa, cuidadosa e inclusiva. Es todo un ejercicio que obliga a cambiar el paradigma de pensamiento y, por tanto, la visión del mundo. –
  • Prejuicios ante ciertas asignaturas, formaciones y carreras. Seguimos ante la visión machista de que las mujeres son cuidadoras y los hombres más intelectuales. Así en las carreras que tradicionalmente se han visto ligadas al cuidado (magisterio, pedagogía, psicología…) sigue habiendo mayoría femenina en sus aulas. Sin embargo, las carreras técnicas han sido pobladas por hombres. No hay carreras más de mujeres y más de hombres, hay personas que pueden mostrar disposiciones y aptitudes hacia ciertos estudios o trabajos. Dejémosles elegir en libertad y en base a sus verdaderas cualidades y motivaciones, así ayudaremos a la formación de mejores y más capaces profesionales.

Cualquier escuela debe, en definitiva y no sólo por cuestiones feministas, disponer de espacios de comunicación verdadera y no violenta para poder desarrollarse plenamente como personas, hacer valer sus derechos y atender al respeto que también merecen las demás. Espacios donde poder reflexionar sobre todas estas y otras cuestiones, donde poder expresar qué sucede con estas y otras cuestiones; donde resolver posibles burlas y conflictos; donde poder poner sobre la mesa las cuestiones que preocupan al alumnado y resolverlas.

Rebecca Sánchez – Psicóloga y Coordinadora en EAM